El 2010 es bastante lejano a nuestros días. No existía Netflix -no en Paraguay, claro-, el internet era un sueño casi imposible para la mayoría y mirábamos el mundial de Sudáfrica rezando que Takuara acostara a Casillas al otro palo. Nosotros, no estábamos enterados que se vendría una auténtica oleada televisiva.
Si hablamos de ese año, debemos aclarar que ese fue donde la pantalla chica dio un enorme salto de calidad. Estar en una serie o una sitcom era la muerte creativa de un actor o director, era ser tirado a la basura -no por algo es la caja tonta-. Aunque se hicieron esfuerzos descomunales por cambiarlo alrededor de los años. Para no perder tiempo, solo iré a la famosa Lost, que catapultó a J. J. Abrams a una especie de padre de la ciencia ficción actual y que justamente culminaba en el 2010 ¿Había una serie en el mapa que podría atrapar a millones como aquella? Pues sí, y su nombre era The Walking Dead.
David Fincher, Martin Scorcese, Woody Allen y otros ya incursionaron en la televisión, directores de renombre, sin embargo, el primer gran título que se animó fue Frank Darabont, director de las inolvidables drama carcelarios Sueños de Libertad o Milagros Inesperados que solo son muestra del enorme talento que se ponía en el cargo máximo de esta naciente serie. Sería el showrunner -a grandes rasgos, es el que controla los detalles de la serie- de TWD y sería él mismo el que dirigiese el pedazo de episodio piloto que arrancaría este idilio.
Aquel primer episodio, donde Rick despierta del coma y va absorbiendo su nueva realidad, seguirá siendo uno de los mejores piloto de todos los tiempos. Aquel episodio evocaba a una calidad fuera de lo esperado por cualquier serie hasta entonces. El aviso estaba claro, TWD venía a romper todo.
Y de hecho, su primera temporada de solo 6 capítulos no dejó indiferente a nadie. Logró dejar sentadas todas las bases para empezar a adaptar al fascinante comic de Robert Kirkman, que de cierta forma revitalizo este subgénero y que con la serie, se veía un futuro prometedor. Muy distinto a la triste realidad de nuestros protagonistas, que salían del último lugar de control antivirus zombie del planeta.
Cuando las cosas se hacen bien, un tiene su premio. Aquellos 6 capítulos fueron suficientes para crear una expectativa tal que la segunda temporada se antojaba imperdible. Y así fue: Aquel debate ético y moral sobre si los "caminantes" aún eran personas, amigos o familia, la granja de Hershell vivió una tensión increíblemente llevada por el equipo que tuvo su punto álgido en aquel momento que Shane abre el granero y los muertos vivientes venían sobre ellos, obligándolos a dispararlos, incluso a Sophia, la pequeña hija extraviada de Carol, a la que Rick debe fulminar a quemarropa con el dolor en el pecho. Inolvidable.
El final de temporada no dejaba menos momentos memorables con la nueva migración del grupo a nuevos lugares, con la promesa de Rick de romper la "democracia" que existía, mientras descubrían que aquel virus no tenía cura aparente. La serie había llegado a ser considerada no ya una simple serie de apocalipsis zombie, era sobre un dilema interno mucho más profundo. Todo el mundo desea meter un escopetazo a un mordedor, pero ¿si es tu hermano, tu madre? Se presentó como una serie sobre muertos, pero era sobre mucho más: Trataba sobre los vivos y lo que dejaban atrás. Con ello, el fandom de la producción televisiva esperaba que se aumentara la apuesta, pero eso quedó un poco lejos de la realidad.
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